Eranse una vez tres feroces bandidos de negra capa y negro sombrero.
El primero tenía una escopeta. El segundo, un fuelle lleno de pimienta. El tercero, una enorme hacha roja.
Cuando se hacía de noche, se ponían al acecho junto al camino.
Eran tipos terribles. A su vista, las mujeres se desmayaban de miedo, a los perros se les encogía la cola y hasta los hombres más valientes salían huyendo.
Cuando pasaba un carruaje, echaban pimienta con el fuelle en las narices de los caballos, y los cocheros tenían que parar.
Luego destrozaban las ruedas con el hacha.
Y con el fusil amenazaban a los viajeros y los desvalijaban.
Los bandidos tenían su escondite en una casa en lo alto de una montaña. Hasta allí llevaban su botín.
Tenían cofres y arcas llenos de oro, perlas, anillos, relojes y piedras preciosas.
Una noche oscurísima asaltaron una carroza en la que sólo iba un pasajero. Era una niña huérfana que se llamaba Ursula.
Ursula se sentía muy sola. Por eso se alegró mucho cuando aparecieron los bandidos y ni siquiera se asustó de sus negras capas y sus negros sombreros.
Como los bandidos no encontraron nada en el carruaje, envolvieron a Ursula en una manta y la llevaron a su casa, pensando que tal vez podrían lograr por ella un buen rescate.
Allí la acostaron en una cama y Ursula se durmió.
Cuando se despertó a la mañana siguiente, vio los cofres y arcas llenos de tesoros.
«¿Qué vais a hacer con todo esto?», preguntó Ursula a los bandidos. Estos se miraron extrañados. Nunca habían reflexionado sobre lo que harían con tantas riquezas, pero a partir de aquel día lo pensaron con frecuencia.
Ursula era muy cariñosa con los bandidos y éstos pronto la quisieron mucho, sobre todo cuando supieron que no tenía familia. Tanto se encariñaron con ella que, para que no estuviera sola, salieron en busca de otros niños abandonados para cuidar de ellos.
Compraron un castillo precioso para que en él pudieran vivir todos los niños.
Los niños llevaban todos la misma capa y el mismo gorro que los bandidos, pero en rojo.
Pronto se extendió por todas partes la noticia del castillo en el que se recogían niños huérfanos. Y todos los días aparecía alguno en la puerta.
Permanecían en el castillo hasta que se hacían mayores. Entonces surgió una pequeña ciudad, y todos sus habitantes llevaban capas y gorros rojos. Finalmente, edificaron una muralla con tres imponentes torres. Una para cada bandido, que ya no volvieron a robar ni asustar a nadie con su escopeta, su fuelle lleno de pimienta y su enorme hacha roja.
Toni Ungerer
Los tres bandidos
Madrid, Susaeta Ediciones, 1990