viernes, 4 de junio de 2010

YO SOY YO Y TÚ ERES TÚ

La mayoría de nosotros quiere sentirse acogido, saber que los amigos son amigos, que contamos con la familia o que la pareja nos ama tal y como somos. Sin embargo, a pesar de que esto sea un anhelo general, la vida cotidiana parece dirigirse en otra dirección: las relaciones entre las personas se desarrollan a partir de la obligación de cumplir con las expectativas y no precisamente, de la confianza en la mutua aceptación. Tal parece que si no somos lo que el otro espera, es posible que suframos una de las sensaciones más conocidas y también más temidas: el rechazo y el abandono.

Y claro, estamos dispuestos a hacer todo lo posible para evitar ese sufrimiento, inclusive a renunciar a ser como somos. En estas circunstancias, el momento más liberador surge cuando nos damos cuenta que, precisamente, nuestro deseo de lograr ser lo que el otro espera es el verdadero origen del dolor.

Y es que curiosamente, el miedo de no ser aceptados nos conduce a esconder aspectos de lo que somos. Por este camino perdemos nuestra autoestima, para garantizar así la supervivencia de una relación que nos vuelve indignos. ¿Será que podemos renunciar a complacer las expectativas de los demás? ¿Será que podemos asumir las consecuencias de atrevernos a ser nosotros mismos?

En la búsqueda de una respuesta a estas preguntas, Fritz Perls, famoso terapeuta de la década de los setenta, escribió lo siguiente con la intención de mostrarnos que el encuentro es el fruto de la plena y libre expresión de los seres humanos y que la complacencia o el cumplimiento de la expectativas no puede ser ni una obligación, ni el eje de los vínculos:

“Yo soy yo y tú eres tú,
Yo hago lo mío y tú haces lo tuyo,
No estás en este mundo para complacerme,
No estoy en este mundo para complacerte,
Si en el camino nos encontramos será hermoso
y si no, no hay remedio.”

Qué maravillosa y difícil idea, pues según nuestras creencias, suponer que no tenemos el derecho de exigir el cumplimiento de nuestras expectativas nos deja prácticamente sin libreto. Ignoramos que complacer al otro es, más bien, una gentileza o un regalo.

Hace poco una mujer joven que trabaja como docente me relataba lo triste, desilusionada y molesta que se sentía, pues se daba cuenta que sus compañeras de grupo tenían interacciones desagradables con ella. Por ejemplo, le contestaban sin mayor compromiso, como si ella no fuera importante. Esto, a pesar de que ella las sentía como sus amigas y en efecto se había comportado como tal, pues les organizaba las fiestas de cumpleaños, estaba pendiente de sus vidas personales y valoraba sus aportes en el trabajo. Sufría, se resentía que no recibía lo mismo y, aun más, percibía que deliberadamente la aislaban.

Claramente se sentía rechazada, experimentaba todos las síntomas dolorosos asociados a esta experiencia: sensación de no valer, deseo de retirarse del trabajo, ganas de llorar, ambivalencia acerca de si era digno hacer un reclamo o más bien comenzar una lucha de poder y devolver con la misma moneda; o tal vez, pensar que ella era romántica e ingenua pues en verdad la amistad no existe.

Indudablemente se encontraba muy apesadumbrada. Le pregunté si ella tenía otras amigas. Me contó que sí, que con sus compañeras de colegio era muy diferente, que con ellas se sentía tranquila y libre de ser como era. Esto nos ayudó: pudimos concluir que la amistad sí existía.

Entonces abordamos otro punto: le pregunté cómo había llegado ella a creer que sus compañeras de trabajo eran sus amigas y me contestó que a ella le gustaba ser amiga de las personas. Es decir, eso era su expectativa, no era un acuerdo con las otras personas. Notó entonces como su propio deseo de ser amiga la llevó, como se dice popularmente, a ensillar antes de traer las bestias. Se dio cuenta que su dolor y rabia tenían que ver con lo que ella esperaba y no necesariamente con un rechazo, pues en realidad no se daban las condiciones para el encuentro. Sus compañeras no hacían su parte para establecer una amistad; probablemente no la deseaban.

Se quedó pensando y me dijo: “En realidad no son mis amigas, son sencillamente mis compañeras de trabajo.”

Cuántas veces, como ella, sufrimos inmensamente porque el otro -amigo, cónyuge o familiar- no hace lo que le corresponde para construir el vínculo que nosotros deseamos, cuántas veces el miedo a la soledad nos hace permanecer en una relación en la que nos sentimos rechazados. Recordemos que al elegir cambiar nuestra expectativa frente al otro, podemos cambiar el rumbo de nuestra vida si decidimos que lo importante es que haya encuentro y no la obligación de cumplir expectativas, que solo así nos sentiremos acogidos.

El Sentido de Sentir, por María Antonieta Solórzano

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